Pronto me enteré de que era autor de más de 10 libros de
ajedrez, que había participado en torneos en los que el campeón
del mundo Alekhine había jugado e incluso
le había arrancado unas tablas en simultáneas y se había
convertido en uno de los protectores y amigos personales más
apreciados del por entonces maestro ruso-francés que ya
tocado de muerte, enfermo, alcoholizado y olvidado, iba dejando
jirones de su desolación por la Francia
hundida del 40, la Polonia hitleriana del 41,
la Checoslovaquia convulsionada del 42, el
fugaz triunfo en Salzburgo del 43 con los nazis
ya en el poder hasta alcanzar la paz de España
en aquel otoño sangriento. Permanecería en nuestro país hasta
finales del 45 porque ningún país estaba dispuesto a acoger a
un excomunista y mucho menos a un colaboracionista y a un xenófobo
que jugaba aquí y allá sólo para
sobrevivir, soñando con un visado que nunca llega y huir hacia
América donde otros apestados como él buscan su último
refugio para morir en libertad.
El general Franco, de acuerdo con los Aliados, había proclamado
una orden de extradición para los refugiados acusados de
colaboracionismo con los nazis, pocos meses antes de que la
muerte le sorprenda, en el hotel Parque de Estoril, solo, pobre
y agotado, una fría madrugada de la primavera portuguesa del
46.
Ese era el Alekhine al que Manuel de Agustín alimentó, cuidó
y protegió en aquellos años finales de su existencia, incluso
llegó a escribir un libro, titulado “Legado”, en colaboración con el
campeón del mundo. ¿Pero de dónde había salido éste joven
inquieto al que todos admiraban como periodista y respetaban
aún más como excelente jugador de ajedrez que era?
Periodismo
y ajedrez
Hijo de padre catalán y madre cartagenera, Manuel había
cursado los primeros estudios en las escuelas públicas de
Barcelona donde pasó una infancia “muy feliz”, nos decía
con añoranza aquella calurosa mañana de agosto de 1991, en la
terraza de su acogedor piso de la Plaza de Castilla.
"Siempre
estuve muy unido a mi madre que intentaba enseñarme todo
aquello por lo que yo me interesaba como inquieto niño que era”.
Recuerda sin embargo que su sentimiento de catalanismo nunca fue
muy arraigado debido a que un tío suyo procuró anulárselo a
base de humillaciones.
Cierto
día, explica, fui con mi padre a casa de este tío y le
encontramos jugando al ajedrez con un amigo; yo me acerqué a la
mesa porque me llamaron la atención aquellas extrañas piezas
que ellos movían silenciosamente sobre un tablero cuadriculado.
Al acercarme, mi tío levantó la cabeza y me dijo:
-¿Sabes
qué es esto? Antes de que pudiera susurrar una palabra levantó
la cabeza y me dijo con gesto displicente: “Bueno, no creo que
lo puedas conocer porque esto es muy difícil para ti.
A
partir de ese momento hice el firme propósito de aprender
aquel misterioso juego por mucho que me costara".
Al concluir los estudios secundarios el joven de Agustín tomó
la decisión de ser periodista aunque su padre le advirtió de
los peligros de esa carrera: “Mira Manolo, ser periodista lo
puede ser cualquiera con unos mínimos conocimientos y un mucho
de dedicación, pero ser un buen periodista, eso, como sucede en
todas las cosas de la vida sólo le es dado a quien posee un
cierto don o cualidad para desarrollar esa faceta de escritor.
Por lo tanto, creo que lo mejor que puedes hacer es buscarte
otra cosa que te libre de pasar hambre toda tu vida”.
Pero
los sabios consejos paternos no sirvieron de mucho,
como suele ocurrir, y el inquieto Manuel se dedicó a escribir
pequeñas crónicas de ajedrez, disciplina en la que había
llegado a ser un experto jugador.
Por aquellos años estalla la contienda nacional y Manuel
combate al lado de los sublevados, participando en la batalla de
Teruel donde cae herido, lo que le permite pasar a servicios
auxiliares y apartarse del frente. Durante su convalecencia
juega mucho al ajedrez y el general Moscardó le anima para que
continúe como periodista deportivo, incluyéndole entre los que
había en el Consejo Superior de Deportes.
No
fue fácil, recordaba de Agustín, llegar a convencerle de que
el ajedrez era un deporte y tras una larga charla al fin se dio
por vencido y lo incluyó dentro de esa categoría. Al terminar
la guerra, nos decía con un brillo especial en la mirada, entré
en el Diario Arriba donde tenía una página
diaria sobre el ajedrez y otros pasatiempos y poco después ya
formaba parte de la plantilla del suplemento dominical SÍ,
del mismo periódico. Luego pasé a Marca
y a otros muchos diarios nacionales.
París,
Roma, Londres, Indochina
Tras la victoria de las tropas franquistas, Manuel de
Agustín
trabaja para Arriba de forma asidua, entra también
en RNE y le envían de corresponsal a Roma. Entre tanto y para
ganar algún dinero extra comienza a escribir por encargo la
biografía de un importante personaje de la vida política española.
La experiencia no le agradó demasiado y se prometió no volver
a salir de España.
"Una
mañana -continuaba su relato- recibí la llamada del delegado
de prensa para que fuera a su despacho. Me presenté y me
dijo que tenía que volver de corresponsal.
—"De
eso nada, no me ha gustado la anterior encomienda”, repliqué
con firmeza.
—"Creo
que esta le gustará más. Irá a París de corresponsal para
RNE", me espetó.
Entonces
París era la ventana del mundo, lo prohibido, y sin pensarlo
monté en el tren camino de la frontera. Me quedé en la capital
del Sena 35 años como corresponsal. Durante mi estancia en
Francia tuve que cubrir diferentes informaciones para la prensa
siguiendo la guerra de Indochina y la de Túnez, Marruecos, además
de unas largas estancias en Londres con motivo de diferentes
reuniones de jefes de estado de Occidente, hecho que se repitió
en la siguiente que trasmití desde América".
Benavente
jugando con el actor Juste en su camerino del Maria Guerrero
durante una representación de La Malquerida
A un verbo ágil y culto, Manuel de Agustín unía una
desbordante sinceridad y una memoria prodigiosa lo que a sus 84
años le permitía rememorar acontecimientos con casi siete décadas
de distancia en un alarde de envidiable vitalidad.
Ferviente defensor del anterior Régimen, con
el que le tocó vivir y al que prestó los máximos servicios a
nivel informativo, “no de espionaje”, nos decía sonriendo,
gozó durante cuarenta años de la protección del alto Estado
Mayor, de embajadores y cónsules y tuvo la suerte, según él,
de haber vivido uno de los momentos históricos más importantes
de la convulsa historia de España. Amigo personal de Moscardó,
Solís, Serrano Suñer, Giscard D’Estaing, de
Agustín no se sentía entonces franquista.
"Cuando
me siento franquista es ahora ante tanta mamarrachada que se
dice y escribe. Cuando era corresponsal, recordaba, nunca
escribí una línea hablando del Caudillo, ni
era falangista, ni pertenecía a ningún grupo cercano al poder.
Sin embargo, siempre se me achacó de ser símbolo del Régimen
y el éxito obtenido en esas cuatro décadas no me lo perdonan.
Cuando me nombraron subdirector de TVE las críticas de sectores
indeseables arreciaron; sin embargo mi labor en favor de los
presos de las cárceles franquistas y de los campos de
concentración, de los cuales como sabes, saqué y protegí a más
de uno, eso no lo tienen en cuenta, nada más que los que ayudé
directamente".
Miguel
Ángel Nepomuceno
(21
Abril 2017)