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Recuerdos de ayer y amigos de siempre

( Autor: © Eugene Salomon )

        Del 16 al 18 de Febrero, coincidiendo con el Día del Presidente, se celebró en Parsippany, New Jersey, el “Annual World Amateur Team Championship”, competición que se lleva jugando con carácter anual desde hace 49 años. El espectáculo fue impresionante: más de 1.400 jugadores enrolados en más de 300 equipos, 9 Grandes Maestros y unos 30 Maestros Internacionales. El jugador más joven tenía sólo 4 años, el más veterano, 85. No podía faltar a la cita: por un lado como gesto de solidaridad hacia los cuatro equipos que presentaba mi club (Toms River Chess Club) y por otro porque me apetecía revivir la experiencia de los muchos años en que yo estuve sentado antes esos mismos tableros moviendo las piezas... muy especialmente en la edición de 1980, cuando formé el equipo “King Salomon and his three Knights” junto a mis tres hijos de 17, 13 y 6 años. Tras conducir hora y media desde Toms River a Parsippany junto a mi esposa (una de las muchas heroínas anónimas, “viudas del ajedrez”), llegamos al Hilton donde nos encontramos un auténtico espectáculo: la vista era magnífica, desde el salón principal hasta las salas de convenciones sólo se veían mesas y tableros de ajedrez, pero todo estaba en calma ya que nos encontrábamos en el descanso entre la tercera y la cuarta ronda. Los pasillos estaban repletos de niños pequeños jugando al ajedrez en el suelo. ¡Un ajedrecista podría pensar que acababa de entrar en el paraíso!

        El increíble organizador de este evento desde hace 30 años es el amigo Steve Doyle, ex-presidente del Toms River Chess Club, ex–presidente de la Federación de ajedrez de EEUU y durante varios años vicepresidente de FIDE, donde hizo buena amistad, a través mío, con Román Torán (¡el mundo es un pañuelo!). Yo comparto con Steve, orgullosamente, el privilegio de formar parte del “Hall of Fame” de nuestro club, en el que estamos rodeados de verdaderas luminarias del ajedrez, desde Botvinnik y Tahl hasta Kamsky y Caruana: Hall of fame del Club Toms River

Sala de juego del Campeonato amateur por equipos de EEUU

        Como Steve Shoshin, Presidente del Toms River Chess Club, explica en el artículo que escribió para celebrar mis 90 años de vida y 75 años de ajedrez: Gene ha impartido una serie de conferencias y sesiones de simultáneas y ha ayudado a que el revitalizado TRCC crezca y prospere. Por esa razón y por su singular carrera en el ajedrez, se le otorgó un lugar en la placa del Salón de la Fama del TRCC...”. En el Torneo se distribuye la Edición Anual de la revista "Atlantic Chess News" (órgano oficial de la "New Jersey State Chess Federation"). En las paginas 14-15, el lector puede encontrar el artículo que Steve Shoshin escribió bajo el título: “Eugene Salomon: El extraordinario maestro del club de ajedrez de Toms River celebra una carrera de ajedrez brillante”. El artículo cubre mis dos partidas contra “WORLD CHAMPIONS”: la que perdí a los 15 años contra mi ídolo, Alekhine, durante una exhibición contra el equipo del “Casino” en Gijón (1944) tras ser seleccionado por el insigne organizador Félix de las Heras, y la que gané 55 años después (¡a los 70 años!) en Linares 1998 contra el campeón mundial juvenil (Gabriel Sargisian) cuando ya era un fuerte Maestro, pero todavía no un G.M. La partida fue seleccionada en el Informator (#71, pag. 356) como una de las 25 combinaciones más destacadas de ese trimestre... un gran honor para un aficionado como yo. A continuación pueden leer el artículo de Shoshin traducido:

        Para mí, leer el artículo fue como realizar un viaje de regreso a la juventud vivida en España, en esa dualidad única que es el espacio-tiempo tan presente en mi vida. El tiempo pasaba y el espacio cambiaba: dejé España para establecerme en Cuba en Noviembre de 1947 y la dualidad se repitió con mi viaje de Cuba a los Estados Unidos en Noviembre de 1960... y de New York a Linares en 1998. Pude revivir todo este tiempo a través de los párrafos escritos por Steve. Y es que si hay algo que viaje más rápido que la luz, y nos permita por tanto volver al pasado, quizás sea la memoria; las coincidencias y el espíritu son parte de esa dimensión desconocida que obra milagros. Tal vez por ello Einstein decía que las coincidencias son la forma que tiene Dios de permanecer en el anonimato. Para los lectores que tengan curiosidad sobre mi historia de jugador en la España de los años 40 y tengan interés en ver mis partidas de aquella época, yo les referiría como ejemplos las siguientes 5 partidas que recuerdo con cariño pues cada una tiene su historia y quizás su “poesía ajedrecística” (pueden ver las jugadas en el visor y descargar las partidas comentadas):

 

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        Mi vida en España (Septiembre de 1928 a Noviembre de 1947), con los últimos cinco años participando en torneos de ajedrez, y mis 13 años de intensa vida en Cuba (Noviembre de 1947 a Noviembre de 1960), con sólo un año compitiendo en el tablero, están ampliamente cubiertos en los artículos con los que el escritor Miguel Ángel Nepomuceno me honró a través de su columna de ZENDA/libros. Tras seleccionar 5 partidas de mis 5 años de torneos en España, creo que en igual proporción debo incluir una partida de mi año ajedrecístico en Cuba: en 1952 jugaba como tercer tablero en el equipo “Cubanaleco” capitaneado por el Dr. Juan González (“Juanito”), año en que logramos ser campeones de La Habana. Cinco años antes había conseguido algo similar al ser campeón de Castilla enrolado en el equipo Maudes de Madrid junto a F. J. Pérez, Queimadelos y J. M. Fuentes. Tras el campeonato de La Habana participé en el Torneo invitacional para seleccionar el equipo nacional que representaría a Cuba en la Olimpiada de Helsinki, el cual estaría integrado por 6 jugadores… y logré finalizar en 6º lugar de 14 participantes, lo que me daba una plaza para formar parte de la selección cubana. Sin embargo, debido a mis obligaciones, tanto laborales como universitarias, así como otras complicaciones, decidí renunciar a participar en Helsinki. Una de mis partidas preferidas de dicho torneo fue la que le gané al Maestro Internacional Rogelio Ortega utilizando ese tipo de combinación de Dama-Caballo que tanto me gusta:

 

Desgargar la partida comentada en pgn

        Sin embargo, en este artículo quiero hablar de mi época vivida en Estados Unidos, la cual dio comienzo en Noviembre de 1960 y se ha prolongado hasta la experiencia vivida en el “Annual World Amateur Team Championship“ que se acaba de celebrar en Parsippany. Como describe el libro “40 Años de Amistad—100 Partidas de Ajedrez” escrito con mis amigos Steve Pozarek y Wayne Conover: “Durante el periodo 1953-1960, en Cuba, trabajé apasionadamente en mi carrera profesional sin tiempo para echar de menos y ni siquiera pensar en el ajedrez”. Mi relato continúa: “En noviembre de 1960, exactamente trece años después de emigrar de España a Cuba, me convertía en emigrante otra vez, de Cuba a los Estados Unidos. Cuando uno es un inmigrante, no hay tiempo más que para lo más básico: ¡sobrevivir!”. Y así, desde 1960 hasta 1968, transcurrieron 8 años de alegrías y tristezas, de momentos felices y de tragedias irreparables, época en la que el ajedrez se mantuvo fuera de mi vida. Y es que en nuestra existencia parece como si el vivir y el  morir, la alegría y la tristeza y tantas otras emociones encontradas, se combinaran en una forma tan íntima y tan extraña como lo hacen el tiempo y el espacio o la energía y la materia. Yo no pretendo entenderlo, pero es curioso poder observarlo.

        A los pocos días de llegar a Miami, con muy pocas palabras de inglés en mi vocabulario y tan sólo 5 dólares en mi bolsillo, conseguí un puesto de “Research Chemist” (en el que afortunadamente no hacía falta hablar demasiado) en una Refinería de azúcar en Brooklyn, New York. Me pareció una magnífica oportunidad para aprender inglés, observar de cerca la práctica de vida y negocios en EEUU y así poder regresar en uno o dos años a mi España natal donde se encontraba la mayoría de mi familia. Un mes después, por casualidad, durante la fiesta de Navidad en la Oficina central de la compañía (120 Wall Street) conocí a una chica de Brooklyn, hija de padre y madre italianos, y aunque yo apenas podía hablar inglés y me desempeñaba aún peor en el baile, decidí sacarla a bailar... ¡qué sorpresa!: de repente estábamos hablando con total naturalidad, ella se dio cuenta de que yo no podía charlar en inglés y empezó a hablarme en un italiano lento y musical con el que yo pude seguir la conversación. Nos casamos 12 meses después, ¡y 4 hijos y siete nietos más tarde aquí estamos! Tras la boda (3 de diciembre de 1961) tuve que hacerme cargo de un largo (unos 3-4 meses) e interesantísimo proyecto en la Republica Dominicana: organizar una nueva fuente de suministro de “Edible Molasses” (melazas de caña para consumo humano) para reemplazar la producción que la compañía había perdido en Cuba. El proyecto incluyó desde diseñar la planta hasta entrenar al personal y poner en marcha la producción. Fueron días de ansiedad pues la compañía consideró que era más prudente que mi esposa no viajase a Santo Domingo hasta que la producción estuviera encarrilada. Dejé a mi “Bride” en Jamaica con mi hermana Ana María, que trabajaba como profesora de español en el “Clarendon College” en las hermosas “Blue Mountains”, y durante los fines de semana yo volaba de Santo Domingo a Kingston. En un par de semanas permitieron que mi esposa se estableciese en Santo Domingo, por lo que comenzamos una luna de miel de tres meses en pleno invierno del Caribe, en lo que hoy es “Casa de Campo”, pero entonces era sólo “Central Romana”, una zona sin turismo pero con toda la belleza que Colón admirara en 1492. Desgraciadamente, a las tres semanas la felicidad se vio interrumpida por la tragedia: recibí un mensaje telefónico dejado en la Operadora del Central Romana: mi hermano Roberto, médico psiquiatra en la Meninger Foundation en Topeka, Kansas, acababa de ser diagnosticado con un cáncer inoperable.

Eugene trabajando duro en Cuba, sobre el año 1953

        Tras mi llegada a Estados Unidos no retomé inmediatamente el ajedrez, pasaron 8 años hasta que lo pude hacer, pero en ese lapso de tiempo pude desarrollar una exitosa carrera profesional cuyo origen fue una increíble historia relacionada con una partida de ajedrez a la ciega jugada en La Habana, en 1954. Mi carrera laboral me había llevado en 2 años de “Research Chemist” a “Process Research Engineer”, ambos puestos desempeñados en la Refinería de Brooklyn, y de repente en 1963 fui transferido a la Oficina Central como “Assistant to the President”, un puesto creado para poder ascenderme sin crear conflicto con otros ejecutivos de mucha más antigüedad. En realidad fue una forma de “formarme” para en un par de años ascender a vicepresidente de la Corporación. Durante los primeros 6 años de mi estancia en New York vivimos en Brooklyn, en Shore Road, contemplando desde la ventana del apartamento la monumental construcción del Verrazano Bridge. Viví una hermosa historia en la que, al igual que miles de inmigrantes, pude tener éxito y crear una familia de la que me siento orgulloso. En 1968, ya con tres de nuestros cuatro hijos llegados a este mundo, vivíamos en nuestra propia casa en los suburbios de New Jersey. Fue entonces cuando reanudé mi carrera en el ajedrez tras 16 años de total inactividad. Alguien pudiera pensar que fue un año de total felicidad, pero no, fue en realidad uno de los más tristes de mi vida pues tuve que viajar a España dos veces en seis meses para asistir al entierro de mi padre y de mi madre.

De Alekhine a Kasparov o como jugar a la ciega en el tablero de la vida

        Como escritor sagaz, Miguel Ángel Nepomuceno usó esta frase como sub-título en uno de los artículos que escribió sobre mí en su columna en la revista Zenda/libros. Como comenté en uno de mis artículos, una lectora de Perú le envió copia del artículo a Kasparov (con quien había estado comentando mi foto con Alekhine dos años antes) por “Tweet” y éste al parecer se lo reenvió a los 387.000 seguidores que tiene en su página de Twitter. Esto de por sí es curioso, pero está lejos de ser tan asombroso como la influencia que tuvo en mi carrera laboral una partida a la ciega que jugué en 1954 (¡mi juego en el tablero de la vida!).

        Desde mis días de estudiante de bachillerato en el Ramiro de Maeztu en Madrid siempre me fascinó jugar a la ciega. En mi libro describí en detalle como mi amigo de toda la vida “Queima” (Víctor Manuel García Queimadelos) y yo jugábamos con frecuencia en las oscuras aulas de La Escuela de Medicina de San Carlos, situada junto al metro de Tribunal en aquel Madrid de 1947, en las clases de Anatomía, mientras el Profesor proyectaba imágenes del “Testud”. Queima y yo, entre tapa y tapa aderezadas con varias cañas de cerveza en un café de la Glorieta de la Iglesia (al lado de mi casa), soñábamos con curar el cáncer algún día. Él continuó con su carrera y llego a ser un distinguido radiólogo-oncólogo en la Clínica Jiménez Díaz y un fuerte jugador de ajedrez. Yo emigré a Cuba y cambié de carrera.

Víctor Manuel García Queimadelos

        Queima fue un amigo de los de verdad. Cuando mi padre falleció de un ataque al corazón el último día de Enero de 1968, volé con rapidez desde New York a Madrid tan sólo con tiempo de poder acompañarlo al cementerio. Víctor se acercó a nuestra casa de la calle Alonso Cano, como tantas veces había hecho en nuestra juventud... esta vez no era para jugar al ajedrez o salir a dar un paseo sino para llevar en su coche a un viejo amigo en dirección al cementerio. En los 6 meses siguientes, mientras mi madre estaba esperando la muerte con un cáncer de páncreas, Víctor la visitó en varias ocasiones como el amigo que siempre era bien recibido. Nos abrazamos nuevamente cuando vine a Madrid para estar los días finales junto mi madre. Nos seguimos viendo durante años hasta que el deterioro de su salud ya no permitió más visitas. Mi recuerdo de "Queima" es el de una gran persona con quien compartí amistad y pasión por el ajedrez... él llegó a ser uno de los jugadores más fuertes de Castilla (campeón de esta región en 1953).

La partida a la ciega que marcó mi paso por el mundo de los negocios

Cualquier medio era útil para inspeccionar los campos de caña de azúcar

        En Cuba, aunque retirado del ajedrez desde 1952, seguí jugando con amigos y casi siempre a la ciega, que parece impresionar a la gente aunque sea una bobería. Recuerdo un día del año 1954 en que el Ingeniero Manolo Suárez Carreño, amigo de mi hermano y una personalidad en la Industria Azucarera, se me acercó para invitarme a jugar una partida con él. Había oído que yo creía poder ganar a cualquiera jugando a la ciega y quería que se lo demostrase (al parecer él había sido un buen jugador en su juventud). Por aquel entonces yo creía jugar a la ciega mejor que mirando el tablero pues me obligaba a poner más cuidado y atención. Concertamos una cita y fui a su casa… ¡y le gané! Fue el comienzo de una relación de respeto y amistad. Un año después, Manolo, sabiendo que yo quería volver a vivir en La Habana (a pesar de mi carrera de Ingeniero Agrónomo, siempre fui hombre de “ciudad”), me avisó de que un amigo suyo -Manuel Aspuru- estaba buscando un “Jefe de Fabricación” y con su carta de recomendación me fui a ver a “Don Manuel”… de este modo, con una partida a la ciega como origen, comencé a trabajar en el Central Providencia, en Guines, a unos 50 Kms de La Habana. Una maravillosa experiencia: Providencia era el único Ingenio de Cuba que producía “Edible Molasses” para la American Molasses Company, lo que resultó decisivo para que pudiese conseguir de inmediato un buen trabajo en Estados Unidos pues American Molasses (pensé y tenía razón) iba a necesitar nuevas fuentes de suministro para sus jarabes “Grandma Molasses”. Como quiera que yo conocía íntimamente no sólo el proceso de fabricación sino también los costos y los términos comerciales del contrato, pude ayudar a mi nueva compañía en EEUU no sólo a desarrollar una nueva fuente de suministro del producto sino, a la vez, mejorar los términos del contrato a largo plazo con una fórmula de precios que significó un ahorro de casi un millón de dólares al año. Frank Staples, el Presidente de la compañía, estaba estupefacto ante esta nueva situación y esto fue seguro lo que facilitó mi carrera meteórica dentro la compañía. En cierta forma, podría decir que todo empezó en un tablero de ajedrez que ese día no pude ver ni tocar.

        Una de las partidas a la ciega que siempre recordaré con una sonrisa de satisfacción la jugué en una simultánea contra dos oponentes en Princeton en 1975: los dos jugadores eran estudiantes becados de España que estaban haciendo su doctorado en matemáticas en la Universidad de Princeton y que terminaron siendo profesores de Universidad en España. El primero era mi sobrino, Roberto Moriyón Salomon, Profesor en la Universidad Autónoma de Madrid. Su compañero de estudios, que al parecer no creía que alguien le pudiera ganar “a la ciega“, era Juan Carlos Peral. Sé que fue por muchos años Profesor en la Universidad del País Vasco. Jamás olvidare su cara de asombro cuando le dije que no sólo le podía ganar a él a la ciega sino que me comprometía a jugar y ganarles a los dos a la vez. Mi sobrino, hoy en día compañero en torneo de Bridge, me lo ha recordado más de una vez.

        La última partida a la ciega que me causó una gran satisfacción fue la victoria que logré en 1998 contra el gran jugador (sobre todo a la ciega) Manuel De Agustín: a los 70 años, como parte de mi retiro del ajedrez de competición, decidí seguir el consejo de mi buen amigo Mauricio Perea (el “padre de Anand en España”) y participar en el Open Aníbal de Linares regresando en busca de mis raíces españolas 50 años después. A pesar de que Mauricio no participó en el torneo, pude reencontrarme con viejos amigos como "Manolín" González Rico (sobrino del jugador asturiano Antonio Rico) que había venido a Linares desde Madrid sólo para darme ánimos y un fuerte abrazo. Con Manolín compartí tardes de fútbol en la playa de San Lorenzo (jugando descalzos) durante nuestra niñez y también muchas partidas de ajedrez en mi casa situada frente al Parque Begoña. Al final del torneo, mi viejo amigo de Madrid Eladio Benito se ofreció para llevarme de regreso a la capital en su automóvil. Yo iba sentado delante y Manuel De Agustín iba también de pasajero en el asiento de atrás. De Linares a Madrid jugamos una sola y larga partida, con un buen final, ¡que gané!

        Con Mauricio Perea no sólo compartí una buena amistad, sino una vida sorprendentemente similar: perdió parte de su niñez por la Guerra Civil española y también emigró a un país de Latinoamérica (en este caso México), donde desarrolló una exitosa carrera profesional. Mauricio también encaminó sus pasos y su vida hacia Estados Unidos, donde le conocí por pura casualidad durante el Open de New Jersey (1968), torneo en el que retomé el ajedrez, cuando el azar quiso emparejarnos en la penúltima ronda yendo ambos en cabeza de la clasificación... mientras jugamos esa partida decisiva no podíamos ni llegar a sospechar las coincidencias existentes en nuestro devenir por el mundo.

        Si seleccioné varias partidas de mi época en España y Cuba, a razón de una partida por año, es lógico que deba seleccionar 30 partidas de mis treinta años de torneos en EEUU... ¡qué menos se puede esperar que una buena partida por año! En mi libro hay una selección de 35 partidas en total. De ellas tan sólo 20 son del periodo 1968 a 1998. Por tanto, a continuación, y para cerrar este artículo, voy a incluir 10 partidas adicionales jugadas en aquella época con mis comentarios:

 

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La familia Salomon: 4 hijos y 7 nietos

Eugene Salomon

(24 Marzo 2019)

 

 

Un puzzle al que le faltan piezas

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